Transcurría en Ronda (Málaga, España) los principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Un grupo de chicos adolescentes, las cuatro “V”, en la frontera de la mayoría de edad, pasaban las tardes previas a la incorporación a las clases del instituto, en el circuito de los sitios del “modus vivendis adolescentis” de entonces, en un pueblo con perenne aspiración a ciudad.
"El Bicharraco", cenáculo encima de la cornisa El Tajo, sobrenombre que fue asignado por esa pandilla (y desde este sitio reclamo para ellos la autoría y me comprometo contigo a explicarte en un futuro el por qué del nombre), el Camino de los Ingleses, el Puente Nuevo, el Puente Viejo, los bancos de la Alameda o La Ciudad, eran nuestros destinos preferidos.
Allí pasábamos las calurosas tardes, filosofando sobre la vida y la muerte, componiendo letras de canciones, hablando de chicas (y de la inalcanzable musa) o callados, con la mirada perdida en el rico paisaje entre los acantilados cortados por el río Guadalevín, mientras la imaginación volaba hacia lugares o momentos que nuestras limitaciones físicas o económicas no nos permitían.
Los fines de semana, algunos privilegiados disponían de paga e invitaban al resto a unos cogollos de lechuga en “El Lechuguita”, calle Virgen de los Remedios, 35, antaño Casa Moreno, tasca abierta en el año 1969 y que debe su nombre, precisamente, a los retoños de esa hortaliza, que se presentaban cortados en dos o tres trozos, con un poco de vinagre, aceite y ajo. Estaban de escándalo. Por unas cuantas pesetas, tocábamos el cielo culinario, entre patrios de la tercera edad de entonces y otros escasos curtidos paisanos, vestidos todos de domingo.
Volviendo al presente y como ya es costumbre por estas fechas (ver: “Una inmensa luna”, “La fiesta del pueblo”, “Coolhunting”, etc. ), ayer, día culminante de la feria, en las horas previas a La Goyesca, donde el nuevo “Paquirri” se lució (consultar Diario Sur, La Opinión, El País, ABC), nos pasamos por “El Lechuguita”. Estaba abarrotado. Entramos, haciéndonos hueco como buenamente pudimos. Pedí una “lechuguita”. Eran otros tiempos, lo sé. Su sabor es distinto al de hace treinta años atrás, pero por un instante me transportó a ese momento, cuando en el solitario bar, degustábamos el manjar dominguero.
Desde este sitio, quiero recomendarte la cantina. Descubrí un abanico de nuevas tapas a precios muy competitivos (0.75 euros) y generosamente presentadas. Me invitaron también a un “morantito”, mejunje a base de porra antequerana cubierta de patatas fritas de bolsa, que si no te convence, no te aconsejo lo pidas. Te dejo una foto debajo del rótulo y otra del plato objeto del nombre. Si quieres el resto del reportaje, lo he colgado en Facebook.